En las navidades vascas las calles de las ciudades y pueblos acogen centenares de desfiles de Olentzero tan diversos y tan uniformes como cabe esperar de una fiesta de muy antigua raíz que vive al día y se adapta a los gustos de quienes la sostienen sin renunciar a su carácter. Olentzero abandona sus andas y visita centros escolares y guarderías con obsequios para los más pequeños, escucha sus canciones y contempla los dibujos que le dedican. En los hogares deja regalos en la mañana de Navidad en jubilosa competencia con Papa Noel o los Reyes Magos. Sobre él se editan cuentos, cómics, películas y documentales. Y sale, mucho, en la televisión con un pulido aspecto que confunde a los custodios de la tradición. Sus nuevas funciones – ¿demasiado comerciales? – se suman a las ricas competencias y facultades del milenario personaje. Porque Olentzero es, al mismo tiempo, personificación del tiempo solsticial, mítico gigante, carbonero glotón y borracho, noticia del nacimiento de Jesús, deidad solar, temible corregidor, enseña de la identidad vasca, etc. Polimorfismo que demuestra su extraordinaria capacidad de adaptación, es decir, de supervivencia.
Olentzero
En el atardecer del día de nochebuena un grupo de jóvenes sacaba en andas a Olentzero y cantando coplas alusivas pedían la colación por las casas. La comparsa se componía de los cuatro porteadores, el bolsero y el koplari y salían tantas comparsas como el número de jóvenes vecinos permitiese formar. A veces se representaba Olentzero por un monigote de paja que luego se quemaba, al igual que a otros personajes inanimados representativos de un ciclo que se cierra, como los carnavalescos. La quema de Olentzero no fue una práctica general y las noticias de ella son aisladas. Hoy parece incompatible con su actual personalidad.
La fiesta se caracterizó por la postulación y posterior ingesta colectiva de lo recogido y por los rituales en torno al fuego como símbolo solar y las ceremonias de protección. Las cuestaciones de nochebuena protagonizadas por adolescentes están documentadas desde el siglo XVI pero su práctica puede ser anterior. Un compañero insaciable es el pretexto que refuerza la petición de alimentos por lo jóvenes en su
puskabiltzea. No pedimos para nosotros, parecen decir, sino para este ávido hambrón. La postulación es una práctica sustancial pero impracticable al modo rural en nuestras ciudades. Hay noticia de que en ocasiones, quizá por falta de previsión y tiempo para preparar el muñeco, salía un muchacho disfrazado de Olentzero. También hubo costumbre de atar el muñeco a la chimenea o exponerlo en la ventana.
Nunca fue una fiesta infantil sino juvenil, de adolescentes dotados de cierta autonomía para organizarla, desarrollarla y disfrutarla. En Euskal Herria era la de SanNicolás o Samikolas la principal fiesta infantil que celebraban los niños el día 6 de diciembre y en la que recibían regalos. Todavía está viva en numerosas localidades vascas y, en otras, muchas personas de edad recuerdan versos y cantos. Una importante fiesta compartida con los niños de Francia, Gran Bretaña, Austria, la Suiza alemana, Baviera, Tirol, Alsacia, Eslovaquia, Países Bajos o Rusia. Los emigrantes europeos llevaron a los Estados Unidos estas viejas personificaciones navideñas donde, ya en el siglo XX, fueron fundidas en la mercantil y poderosa imagen de Santa Claus o Papa Noel.
El amenazador gigante de grosero aspecto y nada ejemplares costumbres no era precisamente un Papa Noel bonachón. Pero desde su llegada a las ciudades, Olentzero ha asumido la novedosa tarea de traer a los niños vascos los regalos navideños con agradecido adelanto al comienzo de las vacaciones. Es una función que, sin duda, le ha dado popularidad y a la cual debe mucho de su éxito, pero también ha modificado su misteriosa naturaleza. ¿Cómo puede ser peligroso un ente mágico que trae la ilusión a los más pequeños? La costumbre de los regalos en esta época es muy antigua. Los romanos hablaban de “estrenas”, regalo, y era señal de buen augurio. Todavía usamos, con el mismo significado, la palabra celta “aguinaldo”. Y mucho antes que los Reyes Magos o Papa Noel los niños europeos celebraban a San Nicolás. Se trata de un fenómeno de traslación del contenido ritual de una fiesta a otra, y es también una prueba de que Olentzero, obediente, se adapta a los caprichosos deseos de los humanos.
El Solsticio de Invierno y la Navidad cristiana.
Sabemos que la inclinación de la Tierra sobre su eje norte-sur determina el ciclo anual de las estaciones. De forma alternativa, cada medio año el planeta acentúa la exposición al Sol de sus hemisferios. Como en el movimiento de un péndulo, esta oscilación cuenta con dos puntos extremos de inclinación. Son los solsticios. Para sus habitantes humanos el solsticio es el momento en que el Sol se ve en el punto más alto o en el más bajo sobre el horizonte. El primero es el solsticio vernal o de verano y el segundo, hiemal o de invierno. En éste, que da lugar a la noche más larga del año, el sol apenas se eleva sobre el horizonte. Y al igual que un péndulo al final del recorrido parece detenerse. El origen de la palabra solsticio, la expresión latina sol sistere – el sol detenido –, es fruto de esta observación.
Fue el Sol el primer dios universal. En un tiempo circular, el solsticio del divino disco es un punto crucial, un apoyo para el primitivo armazón cosmogónico. Es una manifestación de lo sagrado que simboliza la muerte y la resurrección. En ella late el temor atávico a la muerte del Sol, fuente de vida. Un dios que muere y resucita. El tiempo se renueva (eguberriak 1 ). La notoria debilidad del dios solsticial precisa la ayuda del hombre que la proporciona mediante el ritual del fuego. En euskara, el día –egun- , el sol –eguzki- y la leña –egurra- tienen la misma raíz.
Tras el solsticio, el sol remonta su trayectoria celeste y la noticia desata el júbilo porque la Naturaleza revive y anuncia la fecunda y ansiada primavera. Algo de 1 Eguberriak, navidades, literalmente “dias nuevos” extraordinaria importancia para los agricultores neolíticos. Aunque todavía queda todo el invierno por delante, se festeja con gozo la resurrección del sol. En el hemisferio norte el solsticio de invierno sucede entre la tarde del día 21 de diciembre y el mediodía del día 22. A partir del solsticio el día se alarga. En la mayoría de las antiguas civilizaciones la fiesta se retrasa hasta el día 24 o 25. La razón de este retraso podría deberse a la primitiva incapacidad de precisar el instante astronómico y, por ello, tras la aparente detención del sol necesitaban un tiempo para ratificar su recuperación y celebrarla ya consumada.
Roma dedicaba el periodo solsticial del invierno a las fiestas denominadas Saturnalia en honor a Saturno (el Cronos de los griegos), un dios de la abundancia, agricultor y plantador de vides. Los romanos contaban con una docena de dioses solares cuyas fiestas dispersas Aurelio reunió en una sola que dedicó al Nacimiento del Sol Invicto (Dies Natalis Invicti Solis), el día 25 de diciembre, el mismo que los persas dedicaban a su dios solar Mitra.
Los evangelios cristianos ignoran la fecha del nacimiento de Jesucristo. Aunque se inclinaban por el día 6 de enero, los teólogos todavía en el siglo III discutían acerca de las diversas posibles. Curiosamente, sus distintas opiniones tan sólo parecían coincidir en que la menos probable era el solsticio de invierno debido a la climatología adversa, pues San Lucas había precisado que los pastores pernoctaban al raso y se turnaban velando el rebaño, algo impensable en las frías noches de la región en esa época del año. El debate tomó tal cariz que el Papa Fabián reputó sacrílega toda elucubración al respecto. La práctica asimilatoria de los rituales paganos por parte de la Iglesia se manifiesta de manera notable cuando, a mediados del siglo IV, se decide que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en la fecha del 25 de diciembre. Una elección que lo hizo coincidir con la citada fiesta romana de la natividad del “sol invicto”. El propio San Agustín se ocupó de avalar la sustitución y exhortaba a los cristianos a venerar al Creador del Sol. Pero volvamos al Olentzero vasco.
Olentzero y el Tronco de Navidad.
Los rigores del invierno obligaban a suspender en buena parte la actividad humana. Hasta la guerra se interrumpía. La inactividad y la falta de luz recogían a la familia en el hogar. El entorno era indicado para la celebración de rituales en torno al fuego sagrado –símbolo solar- en los que se manifiesta la fuerza del hogar, de la Casa. La Casa es en la cultura vasca una institución permanente. Las personas, los animales y las plantas nacen y mueren, pero la Casa subsiste. Pero, de algún modo, los difuntos permanecen en ella y garantizan su continuidad. A la muerte del dueño viejo le sucederá el nuevo, un hijo o hija elegido para tal fin, que consagrará su vida a la preservación de la Casa y de la memoria. El forzoso recogimiento invernal es ocasión para que el mundo real entre en contacto con el sobrenatural a través de la comunión con los antepasados y los pactos protectores con la divinidad y los espíritus de la Naturaleza.
Ciertas características de las fiestas solsticiales son universales, como el exceso en la ingestión de alimentos y bebidas y los rituales del fuego en el hogar. En la antigua Europa, fue época de singulares fiestas que incluían ceremonias del fuego con troncos encendidos, velas o candelas; recolección y uso plantas mágicas -el muérdago- y obsequios y presentes como consecuencia de las relaciones de buena vecindad y visitas recíprocas en forma de postulaciones o cuestaciones. Algunas costumbres han quedado diseminadas, como la recogida de hierbas mágicas extendida en los países nórdicos y que no hemos observado en la tradición vasca, quizá porque la recogida del muérdago fue temprana y expresamente prohibida por la Iglesia.
Entre las más extendidas, ha sobrevivido hasta época reciente una muy general costumbre que los vascos compartían con los pueblos pirenaicos y buena parte de los europeos de montaña: el Tronco de Navidad. Desde el pirineo vasco hasta el oriental generaciones de montañeses oficiaron el ritual de sukilero, la tronca, el tió, la toza, el tronc, la choca, la rabasa,… El día de nochebuena, con ayuda de caballerías se arrastraba un pesado tronco hasta la gran cocina baja donde debía permanecer encendido hasta la Nochevieja o el día de Reyes. Por la noche, se cubría con ceniza para dilatar la combustión y sobre él se colocaban en forma de cruz los hierros del fogón. Creían en Amorebieta (Bizkaia) que si se dejaba apagar moriría un familiar en el año entrante. Un pedazo debía conservarse para aprovechar las propiedades purificadoras de sus cenizas para con los recién nacidos y los animales. A éstos se les hacía pasar sobre ellas el día de San Antón. En el valle de Aezkoa (Navarra) se utilizaban para curar el endurecimiento de las ubres de la vaca. La evolución de la arquitectura del caserío y la desaparición de la amplia y exenta cocina mudó la costumbre. El gran tronco dio paso a leños más manejables que se dedicaban a cada miembro de la familia. En las culturas europeas septentrionales practicaron un ritual muy similar. La costumbre de decorar con velas encendidas un árbol de hoja perenne fue una metamorfosis de aquel ritual que ha derivado en la moda actual del árbol de Navidad.
La denominación más usual del Tronco de Navidad en euskara era la de subilero, sukilero o baztarreko, pero en algunos pueblos de los valles prepirenaicos de Navarra se conocía como olentzero-enborra, igual que en Oiartzun (Gipuzkoa), así como Onantzaro mokorra en el valle de Larraun (Navarra). Esta denominación muestra la estrecha relación del sukilero con Olentzero. Afirma la leyenda que Olentzero es un gigante que baja a los hogares en la Nochebuena, a las doce en punto, para calentarse con el tronco que arde en el hogar aquel día. El personaje mítico conecta con el objeto que lo identifica. Sin embargo el ámbito geográfico de la tradición del tronco de Navidad es mucho más amplio que la del personaje o personificación de Olentzero. Del Olentzero humano hay noticia antigua en las poblaciones del noroeste de Navarra, tanto en torno al Bidasoa como en Lesaka y Goizueta y en los valles occidentales de Larraun o Arakil. En Gipuzkoa se conoció en su parte oriental desde Irún hasta Zarautz, incluyendo el Beterri.
Se advierte que el núcleo del área señalada coincide con la demarcación de la antigua diócesis eclesiástica de Baiona vigente hasta 1566 donde, quizá, la encarnación del mito pudo superponerse a la tradición del tronco solsticial. ¿Pudo surgir el Olentzero cristiano anunciador de la llegada del Hijo de Dios de una iniciativa parroquial de la diócesis? El distrito espiritual comprendía las parroquias del País Vasco continental del territorio de Laburdi y algunas del de la Baja Navarra, así como las situadas en la vertiente peninsular del Valle del Baztán y de la comarca de las Cinco Villas en la montaña navarra y otras villas guipuzcoanas. En concreto, consta que tras la misa de Gallo, salían los niños cantando los versos de Olentzero en numerosas poblaciones bajo jurisdicción episcopal de esa antigua diócesis, a saber: Sara, Ustaritz, Kanbo, Ezpeleta, Ainhoa, Saint Pée, Hondarribia, Irun, Lezo, Oiartzun, Rentería, Pasaia, Lesaka, Etxalar, Bera, Igantzi, Santesteban , Bertiz, Zubieta y Goizueta. Un mapa que se ajusta y superpone al de nuestro personaje.
Los nombres de Olentzero
A pesar del reducido ámbito geográfico original de la tradición, la voz que designa a nuestro personaje-tiempo varía significativamente. Junto al hoy más divulgado nombre de Olentzero, fueron populares las denominaciones de Olentzaro (Orexa, Lesaka, Arakil) y localmente otras como Onentzero, Onentzaro (Andoain), Onontzaro, Orentzero, Orentzaro (Zarautz), Orantzaro (Berastegi, Larraun), Orentzago,… Y vinculados al tronco de Navidad conocemos Olentzero-enbor y Onontzaro-mokor.
En la actualidad el nombre de Olentzero se ciñe al orondo personaje folclórico que recorre nuestras calles el 24 de diciembre. Pero en la tradición oral y escrita Olentzero designaba la nochebuena misma, tal como sostiene el refranero popular: “Onenzaroz leioan, pazkoetan sua” [por Navidad en la ventana, por Pascuas (haciendo) fuego]; “Olentzero gauerdiko hegoaizea berrogei eguneko haizea” [si sopla viento sur en la nochebuena habrá cuarenta días de viento]; “Olentzeroz Jainko Aundi, iñauteriz jainko txiki”. Y en coplas muy populares como la que comienza “O, o, o, bihar Olentzero, i, i, i, etzi Eguberri” [mañana Olentzero, pasado mañana Navidad].
Acerca de la etimología de Olentzero se ha escrito mucho sin que, hasta la fecha, los expertos hayan llegado a un acuerdo. Se reconoce que se trata de un vocablo compuesto de dos partes, OLEN + (z)ARO, y hay consenso en interpretar la segunda, bien bajo la forma
–Aro o bien como –Zaro. Ambas se asocian al concepto tiempo. Pero mientras ZARO hace referencia a un tiempo neutro como, por ejemplo, una época de la vida (haurtzaroa, la infancia), ARO es la sazón o el tiempo oportuno para algo, tal como ocurre con azaroa o garagarzaro. Olentzero es, por tanto, la época o el tiempo propicio para algo. ¿Para qué? El consenso se rompe cuando se trata de explicar la raíz OLEN. Hubo quien halló en OLEN una insinuante mudanza de NOEL. Incluso se ha defendido su parentesco con la voz árabe Al Hansaro. Pero las hipótesis más sólidas son otras.
Hace cuatro siglos Lope Martínez de Isasti dejó escrito que “a la noche de Navidad (llamamos) Onenzaro, la sazón de los buenos, otros llaman Gabon, noche buena”. Larramendi y Azkue siguen a Isasti y sostienen lo mismo. Según esta hipótesis de Onentzaro habrían derivado, por permutación fonética, los Onontzaro, Olentzaro y Olentzero. Olentzero es así la época o el tiempo de lo bueno.
De interés es la explicación basada en las antífonas de la O y que estudió Caro Baroja tiene origen medieval. La antífona es una forma musical y litúrgica cristiana que consiste en un verso con melodía propia que se canta antes y después de un versículo, un himno o un salmo. Las denominadas antífonas mayores o de la O son siete y se cantan con el Magnificat del Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Se llaman así porque las siete comienzan en latín con la exclamación «O», en castellano ¡Oh! De ellas procede también la advocación mariana de la Virgen de la O. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador. Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII. En Francia se conocen como “Oleries”. Por extensión, y unida a las postulaciones propias de ese tiempo, se denomina olez-olez a las canciones de ronda y de cuestación y, en Bizkaia, a la misma acción de postular – Oles-oles ibili-. Según lo dicho, Olentzero es la época de las oleries o de las “olez-olez”. José María Satrústegui aportó una canción de cuestación recogida en Urdiain que incluye esta locución:
Zapata txuriyek paperez
Iauriya dekala, baterez
Nagusi jaunari esango deagu
Asiko ote gaan ero ez.
Orra, orra gure Olentzero
Pipa hortziyen duela
Ixerita dago
Kaponak era bai ta
Oilaskotxuekin
Biher merendatzeko
Botilla arduakin
Olez, olez
bakaillu jalez
bost eta sei hamaika
Txorixorik ez balin badago
igual dela lukainka
Forma y carácter
Olentzero tiene una cabeza grande con ojos sanguinolentos que brillan como ascuas en su cara ennegrecida por el carbón. Suele fumar en pipa y lleva en las manos un haz de árgoma y una hoz. Es gran comilón y buen aficionado al vino. Para unos es un gigante. La irritación de los ojos parece propia del bebedor pero también podría atribuirse al aspecto terrorífico propio de su carácter primario. “Bart arrastian edan omen du hamar arruako zagia” [dicen que anoche se bebió un odre de diez arrobas]. En la canción se le pregunta, con uso de palabras de doble sentido, a ver dónde ha pillado la borrachera: “Olentzero begi gorri, non arrapatu duk arrai hori” a lo que en tono irónico responde precisando el lugar y la hora: “Zurriola erreketan, bart arratseko hameketan”. La endémica falta de alimentos en las economías domésticas de subsistencia creó en los folclores europeos figuras similares. Una de ellas, Saint Pansard, célebre por la literatura francesa, dio entre nosotros al popular Zanpanzar. Las coplas nos recuerdan que, más allá del sempiterno puchero de legumbres y de las castañas, la reserva energética en los largos inviernos debía buscarse en el despiece del cerdo, txerrikiak, el capón cebado y las aves de corral. De la voracidad de Olentzero informan estas coplas recogidas en Lesaka:
Olentzero buru haundia
Entedimentuz jantzia
bart arratsian edan omen du
hamar arruako zagia
Ay! urde tripa haundia
tragatu bai duk zagia
Olentzero guria
ezin degu ase
bakarrik jan dizkigu
amar zerri gazte
sayeski ta solomo
tripazaiak aste
Jesus jaio delako
konsola zatezte
Cuando la tradición describe la personalidad de Olentzero parece contradecirse. ¿Es Olentzero un ser inteligente? Las coplas discrepan en cuanto al talento del personaje, ya que mientras para unos está dotado de entendimiento, Entedimentuz jantzia [dotado de entendimiento] como en la canción lesakarra, para otros es corto. Este verso en la misma copla es sustituido en Goizueta por Entendimentuz gabia [falto de entendimiento]. Es evidente que la transmisión oral de las canciones genera este tipo de cambios léxicos, pero también puede ser un reflejo ajustado al carácter dual del personaje.
De un lado es un ser misterioso, terrible e inteligente y, de otro, se muestra simple, glotón y bebedor. Este doble carácter es común a muchas deidades y se explica por la humana necesidad de reírse de los todopoderosos dioses. La burla alcanza también a los genios maléficos, como sucede con el demonio cristiano en el teatro popular y la literatura. Sin embargo, en el caso de Olentzero, el predominio del carácter secundario sobre el primario pudo ser promovido por la Iglesia en su tarea de ridiculizar y reconvertir los mitos paganos. El proceso de cristianización de Olentzero puede observarse en la evolución de las coplas tradicionales donde, por ejemplo, la amenaza de cortar el cuello a quien no mantenga la debida limpieza de las chimeneas se desvió hacia aquellos que quebranten la regla del ayuno. Así canatan en el valle de Larraun (Navarra):
Onontzaro begi gorri
txaminira da etorri
austen balin badegu barua
orrek lepoa kendu guri
Relatos recogidos en Tolosaldea (Gipuzkoa) explican que Olentzero bajaba por la chimenea de la casa y podía castigar a sus moradores por diversos motivos, entre ellos la falta de limpieza. También se conservan expresiones utilizadas para asustar al los niños con la amenaza de ser llevados por Olentzero: “Orontzaro etorkook eta eamaan hau!”
De todos es conocido que Olentzero es carbonero de oficio y las estrofas más repetidas lo recuerdan “Olentzero joan zaigu mendira lanera, intentzioarekin ikatz egitera” [Olentzero se nos ha ido al monte a trabajar, con intención de hacer carbón]. Pero sabemos que también pudo ejercer de pescador, pastor o labrador. Incluso podría tener esposa ya que, al decir de las coplas recogidas en Oiartzun, en una ocasión su mujer le vendió las ropas: Olentzero guria / portuna tristia / arropak saldu dizka / bere emaztiak. Una reciente innovación, deudora del compromiso con la condición de la mujer, ha emparejado a Olentzero con otro personaje de la literatura vasca que lo acompaña en los desfiles navideños: Mari Domingi.
Olentzero es también mensajero que anuncia la llegada de Jesús. Se especula que se trate de una ocupación añadida al tiempo de la cristianización del pueblo vasco. Y compartida, en las leyendas, por los míticos gentiles –jentillak-. Según los testimonios que, hace casi un siglo, recogió Barandiarán de labios de pastores en Aralar eran los gentiles quienes conocieron y divulgaron la noticia del nacimiento de Cristo. De permanecer pagano, como los gentiles, ¿qué hubiera sido de Olentzero? Él mismo pudo ser uno de ellos, el último gentil. Esta misión es recordada por las conocidas coplas vigentes:
Olentzero joan zaigu
Mendira lanean
Beregan ala ustez
Ikatz egitera
Aditu duanean
Jesis jaio dela
Lasterka etorri da
adieraztera
Canciones y coplas
Fieles al concepto de folclore, las coplas de Olentzero carecen de autor conocido. Y, según los expertos, no son muy antiguas. En general, las estrofas pertenecen al género zortziko txikia de cuatro puntos. Los versos muestran estrecho parentesco con el modo de balada romance conocida en Navarra e Iparralde – país vasco continental – en la edad moderna. También el euskara de algunas coplas es moderno, pues hay palabras y frases enteras que revelan una notable influencia del castellano, como entendimentu, pipa, kapoia, merendatu, botilla, portuna, tristia, arropak, konsolatu e intentziua. E incluso se advierte un uso de la lengua impropio del habla popular que apunta a plumas versadas como, por ejemplo, al emplear expresiones como "parte emathera" o "embajadoria".
Las melodías suelen ser sencillas y pegadizas. Las hay que son casi exclusivas de cada localidad, como en Tolosa, Zarautz, Lesaka, Mutriku y Hondarribia, y por ello poco conocidas fuera de ellas. Pero otras están muy extendidas como la popular Olentzero joan zaigu, mendira lanera, intentzioarekin ikatz egitera que se canta con aires de zortziko en 5/8 para seguir en su segunda parte en ritmo binario: Horra, horra, gure Olentzero, pipa hortzetan duela, eserita dago… Otra muy popular melodía que acompaña a una de las estrofas más repetidas – Olentzero, buru haundia, entendimentuz jantzia. Bart arratsean, edan omen du bost arruako zahagia-, tiene su origen en La Farandole Joyeuse que los txistularis habrían aprendido y difundido en el siglo XVIII como biribilketa. La alegre melodía acogió con facilidad diversos textos, entre los más conocidos el Artolak dauka que se canta en todo Euskal Herria, el sanferminero “Uno de enero” que le puso el pamplonés Ignacio Baleztena. En Gasteiz suena como pasacalle con Celedón. Además de las coplas alusivas al personaje se cantan villancicos y otras canciones navideñas.
Historia reciente
El régimen franquista reprimió con dureza las expresiones populares vascas y castigó a sus organizadores. Tan solo en algunos pueblos resistentes y al amparo de la Iglesia se mantuvieron viejas celebraciones, como la de Olentzero en la localidad navarra de Lesaka. Poco a poco, en todos los territorios de Euskal Herria, organizaciones juveniles vinculadas a centros parroquiales y otras instituciones religiosas iniciaron la revitalización de las agonizantes tradiciones folclóricas. Fueron los jóvenes de Acción Católica dirigidos por el P. Arizmendiarrieta quienes recuperaron en Arrasate la tradición de Olentzero después de la guerra. En Pamplona lo hizo la Juventud de San Antonio en los años cincuenta a impulso del P. Isidro Ansorena y en 1968 el colectivo Batzalde organizaba en Deusto el primer Olentzero de Bizkaia. Por su parte, las pequeñas localidades originarias de la tradición lucharon por mantenerla y mostraron nervio suficiente para su divulgación, como es la experiencia de Lesaka que instituyó en 1945 un concurso de Olentzeros. De la vitalidad de los lesakarras son deudores buena parte de los Olentzeros en Navarra.
En Pamplona, la Juventud de San Antonio había dispuesto todo para recibir a Olentzero en la nochebuena de 1956 pero las trabas administrativas le retuvieron hasta el año siguiente cuando los pamploneses pudieron verlo recorriendo sus calles. El enfoque
religioso del acto, con inclusión de la recreación del misterio de Belén, protegía a la sospechosa figura. Ahora mismo, para dos generaciones de pamploneses, Olentzero es una costumbre de toda la vida al igual que otras, también modernas, como la cabalgata de
Reyes o el Chupinazo sanferminero.
En la década de los sesenta la fiesta se extiende por todo el país, si bien en muchas ocasiones organizada desde la clandestinidad y con muchos obstáculos. En Iparralde la fiesta ha cobrado una significativa progresión a partir de 1969 por impulso de las ikastolas. De la mano de los antonianos pamploneses llegó a Tudela en 1972 con las peñas la Teba y Beterri como organizadoras. Tras la muerte del dictador, se sumaron a los cortejos de Olentzero expresiones de naturaleza política y reivindicativa que fueron el pretexto para la represión policial de la fiesta. En los últimos veinte años, otras poblaciones del sur de Navarra como Cascante, Castejón, Cortes, Ablitas, Villafranca, Corella o Ribaforada han acogido con agrado al gigante barrigudo. En el siglo XXI, las administraciones regidas por los grupos políticos enemigos de la cultura vasca niegan subvenciones, exigen fianzas e impone sanciones a los organizadores de los Olentzeros.
Con el aire de un espectáculo folclórico de calle, Olentzero es una fiesta abierta que aviva el recuerdo, ya difuso, de unos ritos paganos que estuvieron vigentes hasta el siglo VIII, que evoca la vida rural que nuestros mayores tuvieron que abandonar para venir a la ciudad y pregona el tiempo propicio para lo bueno. Portado a hombros y acompañado de coros, txistularis, dantzaris, trikitrilaris, txalapartaris, villancicos y diversos elementos de la cultura campesina, desde las indumentarias hasta los animales de caserío, pasea cada 24 de diciembre por las calles de Euskal Herria un gordo personaje contento de sí mismo y tan hueco que todo cabe en él: el último gentil, el montañés dionisíaco, el solsticio hiemal, el símbolo identitario y lo que queda por llegar.