Por Pello Goñi
Ha comenzado la pelea. Dos tipos de buena envergadura, entraditos en carnes, pinta de gente feliz y cara de muchos amigos comienzan a disputar una guerra territorial que nunca buscaron pero a la que se vieron abocados por un estúpido papanatismo…
Como sucede en toda confrontación, la gente se divide, toma partido por uno o por otro bando, aporta argumentos definitivos que dan la razón incontestable a su preferido y no se apean de su burro aunque los zurzan.
Estamos ante la Gran Guerra Navideña, la misma, la de todos los años por estas fechas, la madre de todas las batallas entre….: (tachánnnnnnn) Papá Noel y Olentzero.
En el rincón izquierdo, con ciento y pico kilos de peso, blusa negra, boina bien calada, barba crecida, pantalón arrantzale, peales y abarkas……… GURE OLENTZERO!
En el rincón derecho, con 200 libras de peso, traje rojo guateado, botas de caña negras, gorrito de dormir con pompón y barba blanca peinada en bucles…..PAPA NOËL!
Y comienza el combate….
Pero si pensamos un poco…. Si miramos las coincidencias… Si nos percatamos de la procedencia y recorrido de los luchadores… llegaremos fácilmente a la conclusión del enfrentamiento. Haya paz. Papá Noel y Olentzero son…… ¡la misma persona!
Ambos son hombres, ambos leñadores que viven y trabajan en el monte, su atuendo lo atestigua.
Ambos tienen edad parecida, la misma envergadura que denota afición gastronómica importante, aspecto bonachón, voz de bajo y risa profunda Ambos se dedican la noche de Navidad a visitar los hogares donde hay niños para, entrando por la chimenea, depositar regalos en zapatos o calcetines.
El personaje nace en los pueblos del Pirineo Occidental. En su parte meridional recibió el apelativo de Olentzero, nombre que se daba al tronco de Navidad que se encendía en el hogar de cada casa y, por extensión, al leñador que lo cortaba y acarreaba desde el monte. En su parte septentrional, de habla francesa, se le impone el nombre francés de Papa Noël.
Cuando los leñadores del Pirineo Septentrional emigran a Québec llevan con ellos
también sus costumbres navideñas y así es como llega Papa Noël al nuevo mundo, a la región canadiense de los grandes lagos, frontera con los Estados Unidos.
Los avispados comerciantes de Chicago enseguida se percatan del interés comercial que tiene el personaje y lo adoptan como símbolo de la Navidad. Inicialmente el atuendo era de color verde, ropa habitual del leñador quebequois. Al triunfar entre el público norteamericano, la empresa fabricante de Coca Cola paga una buena cantidad de dólares para que se adopte el color rojo de su marca en la ropa de Papa Noel. Así se hizo y así se ha universalizado la figura.
Luego vendrá la apropiación indebida de otro símbolo navideño, San Nicolás, obispo de la ciudad de Bari en el sur de Italia, encargado del bello oficio de repartir regalos navideños en los Países Bajos. A Papa Noël le despojan de su nombre francés y lo rebautizan con el holandés Saint Nicklaus. Debía ser nombre difícil de asimilar por los yankees por lo que rápidamente es objeto de maquillaje y reconvertido en Santa Claus, abreviado coloquialmente como Santa, quizá tratando de incorporar como clientela potencial a la población hispanohablante que tradicionalmente conocía al personaje como Viehito Pascuero.
Y aquí, en casa, ¿por qué nos peleamos? Si ya tenemos la figura de Olentzero, ¿para qué queremos su duplicado vestido de rojo?
¿Siempre lo ajeno es mejor que lo propio? Cuando resulta que hemos sido los creadores de una preciosa e ilusionante figura, ¿vamos a permitir que nos la revendan unos mercachifles más devaluados que sus bancos y compañías de seguros?
El día que dejemos de mirar con cara de besugo a los USA, el día que dejemos de vestir pantalones vaqueros y tocarnos con espantosas gorras de béisbol, el día que valoremos nuestras cosas sin complejos y con orgullo, ese día comenzará la verdadera historia de nuestro carbonero navideño que cada año nos visita repartiendo pequeñas felicidades entre los nuestros.
URTE ASKOTARAKO, OLENTZERO.
Foto: MUAK